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sábado, noviembre 13, 2021

Capítulo 1-2

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Las paradojas culturales

Aunque los individuos se adaptan según sus experiencias del pasado, las nuevas experiencias también exigen un esfuerzo de adaptación, pues un rasgo fundamental de la influencia social —más adelante explicaré el concepto de rasgo— consiste en el hecho de que el individuo y su grupo están expuestos al cambio y nuevas experiencias o informaciones. En tal sentido, puede concebirse una relación de influencia como inductora de un proceso que opera cual modificador de la conducta y las actitudes conexas mediante una afluencia de información.

Entonces, puede concebirse la adaptación inherente a la actitud estética, pero no de modo exclusivo, como las satisfacciones obtenidas por el individuo mediante una relación más o menos placentera con su ambiente. Este enfoque subraya la importancia de las satisfacciones y las necesidades individuales en ciertas relaciones (o transacciones) con otras personas, dentro de las restricciones sociales propias de una cultura cuyas paradojas más esenciales son el punto de partida para la búsqueda que nos tendrá ocupados.

Primera paradoja cultural

En 1952, Melville J. Herskovits apuntó seis paradojas que, en su opinión, de algún modo han sido el motivo principal para que se registren más de doscientas definiciones de “cultura” (HERSKOVITS, 1952).

La primera paradoja se refiere a que la cultura es universal en la experiencia del hombre; sin embargo, cada manifestación local o regional de aquella es única.

¿Qué significa que la cultura es universal en la experiencia del hombre? Antes de responder a esta pregunta cabe contestar a la siguiente relación: si “cultura” es igual a conocimiento, o si lo es el conocimiento que sirve para actuar dentro de la sociedad a la que se pertenece, ¿es más o menos culto el teólogo que el político, el físico teórico que el banquero, el ama de casa o el jardinero? ¿O debe entenderse la cultura como una abstracción, como un complejo de datos no hallable en ninguna tarea, oficio o individuo específicos?

Cualquier respuesta será siempre parcial, subjetiva, condicionada por el grupo al que se pertenece, al momento histórico que se vive y por ende a la educación formativa de que se es sujeto. Pero, ya el planteamiento mismo de las cuestiones anteriores lleva implícita una respuesta, a saber: que todo ser humano es culto, o sea, todo ser humano es portador de cultura y pertenece a un grupo cultural. Otra respuesta también implícita es que “cultura” no es solo lo positivo, lo sublime, lo mejor de las creaciones humanas, sino también lo que el grupo social considera negativo dentro del propio grupo.

Así, pues, desde el instante en que el hombre comienza a conocer su entorno, su persona y manifiesta ese conocimiento de diversos modos para hacer cómplices (o simples partícipes) del mismo a otros, se vuelve un ser culto, un ser que hace “lo posible” por procurar, mantener, incrementar y difundir el acervo sobre sí mismo y su mundo (y el mundo).

Por supuesto, y esto que diré ahora son consideraciones a treinta y dos años de distancia de escrita esta obra y luego de las investigaciones acerca del genoma humano, cabe en esta misma línea preguntarse hasta qué punto la cultura resulta hereditaria, un marcador derivado de la genética misma la que, ya se ha demostrado modernamente, puede presentar modificaciones por influjo del ambiente social, encendiendo o apagando marcadores, produciendo mutaciones incluso.

Hace treinta y dos años ya señalaba yo en esta obra que el hombre quiere pertenecer a algo, a una tierra, una sociedad; tiende a buscar la satisfacción a esa necesidad de pertenencia entre otras y a la vez pretende que una fracción de ses algo le pertenezca también, es decir que busca apropiarse de una parte que le permita racionalizar el vínculo del uno con el todo. Si la “cultura” es universal en la experiencia del hombre es en este sentido ampliado. El individuo acoge una manera de ver la vida, una ocupación, un territorio, las cosas fabricadas, la ideología que define una cosmovisión compartida y lo hace con la intención de ser aceptado como parte integral de un todo, o de lo que considera el ámbito de un supuesto todo que a su vez puede ser solo un fragmento de un universo abarcador. Cultiva esta fracción de conocimiento del mundo que ha asumido y la transforma y la sostiene. Pero, también ese individuo se torna un poco dueño, subraya su compromiso adquirido respetado, diferenciado del resto en derredor, vuelto en mutua referencialidad único, local, regional, suyo.

Segunda paradoja cultural

De lo anterior se desprende que la primera paradoja no sea tal, sino más bien una correlación fundamentada en las necesidades de pertenencia y posesión. Con esto se entiende entonces la raíz o una de las raíces de los conflictos registrados por la historia con los nombres de conquista, invasión, coloniaje, que dan paso inevitable a la segunda paradoja: la cultura es estable y, no obstante, la cultura es dinámica también y manifiesta continuo y constante cambio.

El contrapunto entre la necesidad de pertenencia y la de posesión trasluce, aunque no exactamente, la dialéctica del amo y el esclavo.

Los hombres, en su afán por difundir y hacer válida y única (y legítima) a toda costa su cultura, se vuelven dominantes; no importa que usen la violencia o la persuasión o la amalgama para ese fin.

Jas Reuter sintetiza una explicación para lo anterior cuando dice:

La cultura es dinámica, y tanto los patrones culturales de las clases dominantes como los de las clases dominadas se van transformando continuamente, creando normas, comportamientos y símbolos que confluyen y se oponen entre dominantes y dominados, pero que se dan en total aislamiento los unos de los otros [cit. (COLOMBRES, 1987, p. 90)].

Tomemos como ejemplo la ciudad de Guanajuato, en México, “cultural” por excelencia. Las clases y subgrupos que conforman la sociedad guanajuatense responden en sus conductas y actitudes a una idiosincrasia propia forjada por medio de una educación tradicionalista que ha sabido mezclarse en sus fundamentos con la educación institucional y la que es introducida por los medios de comunicación (así, nada más); una educación que se hace más manifiesta a los extraños en la época del Festival Cervantino. Se puede decir que la cultura guanajuatense en principio es estática, hasta el momento de involucrarse en dicho festival con otras culturas invitadas que aportan, como en una feria, nuevas perspectivas o confirman las ya tenidas. Aquí es evidente la dinámica cultural, sobre todo la relativa al intercambio; pero, ¿qué hay cuando no es el tiempo del festival? Entre los mismos subgrupos (estudiantes, comerciantes, empresarios, pobres, ricos, etc.) se retroalimentan en el trato diario modificando, aunque sea eventualmente, uno o varios rasgos de la cultura de por sí fraccionada; y, mediante dicha modificación, también se afirma y confirma la existencia de una cultura guanajuatense que da la impresión de ser inamovible.

Si bien burda y superficialmente, o mejor dicho, de manera más compleja y sutil, ocurre un poco lo que en las sociedad animales. Aunque se descartan las descripciones románticas, las semejanzas entre animales y humanos son impresionantes. Los mecanismos de dominio y operativa sumisión, los factores de competencia y cooperación dentro de un grupo y entre grupos, la complejidad de sus relaciones sociales, todo contribuye de manera significativa a su funcionamiento efectivo como sociedad, en donde la calidad de miembro de un grupo se apoya en la aceptación,. al menos, por parte de un cierto número de miembros originales.

Lo que diferencia a las sociedades humanas de las animales es que, a pesar de que el hombre no es sino uno entre los muchos animales con inteligencia, es el único que tiene cultura; o que al menos identifica un conjunto de conductas bajo el concepto de cultura.

Tercera paradoja cultural

Los estímulos efectivos que actúan en la conducta de los animales son, en su mayor parte inherentes a los acaeceres físicos inmediatos. El hombre, en cambio, acumula experiencia con ayuda del lenguaje inherente a él y el ambiente en el cual vive está constituido principalmente por la acumulación de actividades de generaciones anteriores conformando una “cultura” cuyo aprendizaje y experiencia, mediante los cuales el hombre logra ser competente en su cultura, es lo que Herskovits llama endoculturación. Y esto nos lleva a la tercera paradoja: La cultura llena y determina ampliamente el curso de la vida del hombre; y, sin embargo, rara vez se entremete en el pensamiento consciente.

La endoculturación constituye en esencia un proceso de consciente e inconsciente condicionamiento que tiene lugar dentro de los límites racionales de cierto haz de costumbres.

Mientras Malinowski instauraba la participación intransigente del etnógrafo en la vida y pensamiento indígenas, en sus propios trabajos como antropólogo (Mauss), afirmaba que lo esencial es el movimiento del conjunto, el aspecto vivo, el instante fugitivo en el que la sociedad adquiere, los hombres adquieren conciencia sentimental de ellos mismos y de su situación frente a sí y los otros... esta síntesis empírica, subjetiva ofrece la única garantía de que el análisis previo (de la cultura en este caso), empujado hasta las categorías inconscientes, no ha dejado escapar nada (HERSKOVITS, 1952, p. 304).

Así, tomar a la historia de los historiadores —no como devenir, sino como suceso— para propiciar el entendimiento de la cultura conlleva plantear la necesidad de ver a la cultura como un “sistema funcional”, que requiere de un “sistema lingüístico” cimentado en las manifestaciones simbólicas que describen el desarrollo y el flujo de las partes que componen a ese sistema. Pero, hay un problema.