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sábado, junio 13, 2020

La introducción original, modificada, actualizada y ampliada



Definiciones van y vienen en torno al término cultura y siempre se encuentra una serie de paradojas que, o bien desmienten muchos prejuicios o complican más el asunto de comprender, ya no la palabra sino el fenómeno en sí. Porque la cultura es un fenómeno que ―ahí estriba la dificultad― puede ser abordado desde cualquier punto de vista: los funcionalistas lo volvieron estático para así catalogar su comportamiento dentro del quehacer humano; los estructuralistas lo disecaron desmembrándolo en fracciones ínfimas, con la finalidad de analizar bajo el poder del microscopio las relaciones y el movimiento constante de las partes; mientras que el materialismo histórico fundió ambas concepciones, observando la mecánica de la cultura como un sistema contradictorio en sí, que lo mismo puede ser autónomo y dominante que dependiente y capilar. Más recientemente la teoría de los sistemas sociales ha traído un poco de orden a la vez que una más compleja comprensión del puesto que la cultura como amplio subsistema comunicativo tiene en el gran sistema que define y sostiene la vida y existencia humanas.

Cultura manifiesta

Las manifestaciones culturales difícilmente pueden clasificarse con rigor porque forman parte del Ser del Hombre, ya que de él emanan y a él demandan su sobrevivencia como tradiciones, educación, etc., y a él exigen evolución.

La concepción romántica de la cultura como colectiva creación artística ha pasado a ser una leyenda histórica. Ciertamente, la creación y la creatividad son valores que en el mundo moderno gozan del más alto prestigio; y no solamente como categorías que definen la actividad específica del artista. Su significado se impone precisamente en los marcos institucionales y en las esferas de la acción social más alejadas de lo estético: en las tareas administrativas y en la producción, en la educación y en la actividad tecno-científica. Sin embargo, este concepto de creatividad culturalmente difundido quizá como la más importante cualidad social ha perdido aquella dimensión a la vez específica y fundamentadora de la cultura como un todo.

Lo que ha cambiado en nuestra cultura no es, sin duda alguna, el valor otorgado a la creatividad o al arte desde el punto de vista social. La sociedad occidental del siglo XX ha sido una de las más ricas de la historia en cuanto a su cantidad y su variedad de obras y de concepciones estilísticas y artísticas. La innovación formal invade literalmente las actividades, desde la política hasta la propia industria… (SUBIRATS, 1988, pág. 10).

La cuestión que surge va más allá de la inquietud superficial despertada en los estudiosos sobre la influencia con la que las avanzadas técnicas de reproducción audiovisual, los medios de comunicación de masas entre los que ahora es parte irrenunciable la Internet, el diseño de la existencia y la construcción de significado, y la propia administración burocrática y política de las imágenes y la producción artística que lo vacían de su valor como visión y experiencia de lo real. La cultura moderna ha celebrado a la vez ¿la muerte del arte? y su transformación en principio organizador de la sociedad: desde la política hasta la vida cotidiana.

La cuestión apunta a la duda: si lo que ha cambiado en nuestra cultura no ha sido el valor otorgado a la creatividad o al arte desde el punto de vista social, entonces qué. Un primer asomo de respuesta que se antoja señala: lo cambiante en nuestra cultura han sido las relaciones entre el hombre y sus obras, y la manera como estas relaciones influyen en la "concepción" del mundo actual. Entendiendo por actual, el del  preciso momento y situación vividas.

En Latinoamérica ―y México es parte de ella― por lo general se ha concebido el arte como expresión de todo el ser del artista: ser que vive en sociedad y que por lo mismo posee preocupaciones sociales tanto como individuales (esta concepción data de hace más de cincuenta años), y la idea de la neutralidad moral o de la pureza del arte ha tenido, por el contrario, relativamente pocos adeptos. ¿Es esto un problema de interpretación, de definición o de libertad por parte del creador, para eso: crear según sus convicciones e impulsos más íntimos? ¿Pero no, también, el hombre común, el testigo de esa creación hecha por unos cuantos, posee libertad como espectador para aceptar las propuestas estéticas (y no solo esas) del artista?

El arte como medio

El arte, resulta innegable, es un medio de comunicación y como tal
[…] la comunicación ―entendida en su acepción más vasta, como utilización de los «mass media», como comunicación escrita, hablada, cantada, recitada, visual, auditiva o figurativa― está, sin duda, en la base de todas nuestras relaciones intersubjetivas, y constituye el verdadero punto de apoyo de toda nuestra actividad pensante. Pero, junto a los aspectos simbólico y comunicativo que son, por lo demás, interdependientes, hay otro que no puede ser inadvertido a quien observe el cuadro de nuestra cultura y de nuestra civilización, y es el consumo, el rápido e incesante consumo, la obsolescencia, que domina y gobierna todas nuestras actividades (DORFLES, 1974, pág. 28).

Aventurarse a trazar un derrotero para una filosofía de fin de siglo o, si se prefiere dada la revisión actual de esta obra, de comienzos del siglo XXI (redacto estas líneas hacia 2021, recapturando y actualizando la versión original de 1989), significa verse impulsado a limar la abstracción ―no tan abstracta― heideggeriana de que “el hombre es un ser para la muerte”, añadiendo que “el hombre es un ser para el consumo”. Para el consumo no solo material de los productos hechos por él en una sociedad que lo consume a su vez, sino para, jugando con los sinónimos, el agotamiento, la extinción ―y de ahí al olvido falta un paso― de su individualidad inmersa cada vez más en una masa informe y despersonalizada, dependiente de una cultura-espectáculo atenta a un universo presente a cada momento bajo la categoría de “noticia” con carácter de drama.

Quizá esto suena alarmante, pero nada más suena ruidoso; en realidad es el fruto de una conciencia social que poco a poco se vuelve más personal y dialéctica con el entorno y las posibilidades de contacto eventual y ubicuo, mera traducción de los medios como mediaciones. Quizás esto, aunado a específicos acontecimientos de diversa índole, nos presenta una transición secular caótica, desordenada, aniquiladora. Sí y no.

Sí, porque la angustia cotidiana que vive el hombre ―pongamos al mexicano por ejemplo― obligado casi sin intención a consumir información, ideas y cosas convertidas engañosamente en “necesarias” para su subsistencia; obligado por la circunstancia a satisfacer verdaderas necesidades hoy acentuadas por la revolución en las prioridades a causa de los avances tecnológicos; la ansiedad del hombre moderno común frente a mensajes comunicativo-simbólicos casi incomprensibles que lo asedian bajo la máscara de una estética y un proceso lógico masivo, lo llevan al desgaste de su expresión individual hundiéndolo en el silencio, la agresividad, la indiferencia, la intolerancia devastadora de todo diálogo.

Sí, porque así podemos explicarnos el caos disfrazado de búsqueda o extravío con nombres como cubismo, dadaísmo…; ismos y más ismos surgidos de una pertinaz vanguardia artística y tecnológica que a veces se antoja trasnochada y sin embargo aún sorprende.

No, porque el Hombre es cultura y se mueve y cambia y destruye y construye; y si es necesario hacer de la cultura un espectáculo para que el hombre se vea a sí mismo, pues éste lo realiza y punto. Los riesgos son muchos y lo sabe, aunque a veces no quiera reconocerlos y, por lo mismo, vaya volviendo la vista hacia sí, a la espera de un reencuentro consigo y todo lo que lo representa en la casa, la oficina, la calle o la virtualidad de la web.

Que veinte años no es nada

Sin ir muy lejos, esto que yo hago ahora mismo: reescribir esta introducción, lo hago de un modo que solo habría imaginado treinta y dos años atrás (hoy es abril de 2021). Si hoy fuera treinta y dos años atrás, estaría sentado ante mi computadora de escritorio y/o mi libreta y mi pluma, redactando, con una bebida y botana al lado, el televisor encendido y sintonizando algún canal de señal abierta por el que se estuviera transmitiendo el Mundial de Futbol. Hoy podría hallarme en la misma circunstancia y de hecho lo estoy, pero con algunas variantes: en vez de tener encendido un televisor, que puede ser ahora además con capacidades HD, 3D o 4X ―aludiendo a su capacidad de resolución de imagen entre otras monerías que hacen hoy esos aparatos― y con conexión a la Internet, redacto estas líneas en una computadora portátil, conectado a la Internet y disfrutando simultáneamente, en el mismo equipo o incluso en ese televisor conectado con un cable HMDI, el partido de futbol transmitido mediante un canal de streaming que a su vez descarga la señal de un canal satelital que negociara con la FIFA meses atrás la concesión de los derechos de transmisión; esto sin decir que mi conexión de Internet la consigo mediante un servicio de televisión restringida o de paga por cable. Y hago esto mientras consulto simultáneamente documentos, teorías alojadas en sitios que son extensiones virtuales de archivos personales, bibliotecas, hemerotecas, sin necesidad de trasladarme físicamente hasta ahí para investigar lo que para esta obra atañe, con la posibilidad también de alojar a mi vez lo que voy escribiendo no nada más en la memoria de mi equipo sino en el ámbito de la infosfera o nube, de forma que quede replicada la información para su posterior y probable soporte.

Es decir, treinta y dos años se antojan muchos en la psicología humana, pero en tiempo evolutivo pueden ser muy pocos. El avance de la tecnología no puede entenderse sin comprender la evolución del pensamiento humano. Y esto sucede aún a despecho de los críticos a ultranza que quisieran que el salto cualitativo en la mentalidad humana fuera todavía mayor y hubiera menos contradicciones como estas de gozar los beneficios de la tecnología para el entretenimiento y la diversión versus el desprecio y destrucción del medio ambiente, el acendramiento de la pobreza y la desigualdad entre otras linduras de la especie humana.

La presencia alrededor del Hombre de esa enorme multitud de elementos formales de que se sirve, que continuamente utiliza y que impresionan cada minuto sus sentidos; esos elementos, la mayoría creados por el Diseño considerado hoy profesión más que oficio, no pueden menos que influir en las preferencias de ese Hombre y hacer que incluso involuntariamente emita un juicio de carácter estético con respecto a ellos: un vaso, una silla, un automóvil, y hasta sus mismas “variantes de género” como especie.

Hacia una actitud estética de género

Esto último que he apuntado: “hasta sus mismas «variantes de género como especie»” lo he hecho con todo propósito, tanto como acentuar con una hache mayúscula la palabra hombre para distinguir el concepto asociado a lo humano, un poco como hacían los pensadores de los siglos XVIII y XIX, en contraposición con la mundanidad del individuo masculino o femenino. Y es que en estos tiempos de comienzos del siglo XXI el consumo incluso de significados ha llevado también a desatinos como el afán recalcitrante e idiota de las personas con propósitos “políticamente correctos” de, para no discriminar, separar lo evidente en etiquetas susceptibles de mención redundante en el discurso como cuando, sin ser necesario gramaticalmente, calzan a fuerza lo femenino y lo masculino en construcciones extremosas como “señoras y señores, ciudadanos y ciudadanas, mexicanos y mexicanas”. Si lo estético se refiere, como planteo en esta tesis, con lo sensible y propugno aquí por la búsqueda de una actitud estética, es decir sensible hacia todo lo que somos y nos rodea, soy el primero en reconocer que esta sensibilidad incluyente en discursos como el mostrado con ironía líneas arriba resulta en una perversión más que en una diversión o subversión del sentido por causa de ridículas pretensiones políticas justicieras.

Esto no es nuevo, pero se ha vuelto más evidente, grosero y común, más bien de intrínseca reciprocidad con ―siguiendo con la ironía― los hombres, las mujeres, los heterosexuales, los homosexuales y los transgénero actuales desde el momento que el diseño industrial y la pertinaz defensa de los derechos humanos y no humanos fueron adquiriendo la paulatina preminencia que hoy gozan, y desde el instante que la reproducción en masa de los objetos culturales, ahora además facilitada por las nuevas tecnologías de la digitalización, permite a cualquier individuo ser no nada más poseedor de la cultura ―lo cual refleja una falacia pues ¿cómo se va a poseer algo que es de suyo propio de cualquiera?; o ¿no lo es?―, sino también prosumidor al instante de la misma ―para usar el acrónimo acuñado para el efecto siguiendo la tendencia lingüística derivada de las nuevas tecnologías con neologismos como blogvlog, y una larga lista― por vía de la potencialidad que ofrece el mundo de lo virtual subyacente en las redes sociales, la web y su extensión más nueva en la llamada nube informacional.

No quiero que se me malentienda. Lo dicho en los dos párrafos anteriores dista mucho de implicar una oposición obtusa a estas manifestaciones culturales, aunque sí me declaro personal e individualmente refractario a una producción y reproducción digamos fractal de submanifestaciones que parecen más inspiradas en una gazmoña mercadotecnia de los nichos que en auténticos afanes existenciales de los grupos y diversidad de personas con la legítima necesidad de decir al mundo, este individuo y así soy yo, acéptame tal cual.

La tirantez expresiva del siglo XXI

El arte en medio de los medios se ha vuelto un objeto más a consumir, incluso un pretexto de “manifestación existencial” que hoy, mañana, ¿adónde conduce? ¿Al escape; al disfrute? Las Artes, esas que se ostentan así, con mayúscula, parecen exhaustas, al contrario de la técnica y esas otras artes, discriminadas por minúsculas; o parecían y, desde el punto de vista de algunos, por virtud de la técnica han tomado nuevos aires, afrontado nuevos retos expresivos.

Una de las características de la época actual, dado lo anterior, es que los hombres tenemos que aprender nuevamente a ver, oír, a comprender, a sentir. Cómo no observar la sutil desazón de cuantos hoy dedican su vida al arte en cualquiera de sus formas. Cómo no observar las continuas y peligrosas oscilaciones del gusto de un público que ahora incluso se vuelve creador además de consumidor, gracias a una cultura de masas cuyo lema parece rezar “todo para todos y de todos” a manera de justificante de la piratería de derechos tanto como de su contraparte de inclinación franquiciataria de los mismos.

El arte desde siempre ha guardado la posición de un sensibilísimo informador de la situación ética y no sólo estética de la sociedad, y esto es posible por tratarse el arte de la respuesta a una necesidad humana: la necesidad de expresión. Parece, sin embargo, que al final del convulsionado siglo XX y en la primera veintena de un desorientado siglo XXI:
[…] únicamente el que se percate de la importancia decisiva que tiene el considerar el arte entre las manifestaciones indispensables para el completo desarrollo de la personalidad humana, inseparable por lo tanto de la observación psicológica del individuo, podrá comprender que sólo de esa manera será posible restituir o reincorporar al arte las constantes ético-mágicas que le dieron fuerza en épocas pasadas… Sólo volviendo a ligar el arte con la ciencia y la filosofía, ya que no es admisible ahora tratar de ligarlo de nuevo con la magia y el rito, habrá posibilidad de restituirle una amplia base de poder de comunicación […]
Espejo de la situación en que nos hallamos, y al mismo tiempo el medio para mejorarla y superarla, el arte, también en nuestra época debería representar el instrumento más sensible y eficaz para que su devenir pueda manifestarse y guiar el devenir de la humanidad (DORFLES, 1977, págs. 252-253).

La tesis en sí

Así, tras lo expuesto desgloso cinco proposiciones que, a manera de hipótesis, fueron el punto de partida original de la presente obra hace treinta y dos años, a saber:
  1. El Hombre ―entiéndase la humanidad, sin ánimo de entrar de una discusión de género― hacer de la cultura un espectáculo en el cual él mismo puede verse. Esto significa que la cultura se constituye a partir de la posible existencia de una actitud estética.
  2. El arte informa de la situación ética y estética de la sociedad.
  3. El arte, el objeto artístico, es una respuesta a la necesidad humana de expresión. El arte en medio de los medios y siendo en sí mismo un medio más, valga la redundancia, se ha vuelto un objeto más a consumir.
  4. La angustia cotidiana que vive el hombre obligado casi sin intención a consumir información, ideas y cosas que lo asedian bajo la máscara de una estética y un proceso lógico masivo no siempre ni precisamente racional, lo ha llevado al desgaste de su expresión individual hundiéndolo en el silencio, la agresividad, la indiferencia y la intolerancia devastadora de todo diálogo.
Estas proposiciones hacen desembocar todas las preguntas iniciales en una sola y capital: ¿cuál era, en las postrimerías del siglo XX, y cuál es, en el primer cuarto del siglo XXI, el papel del arte en medio de los medios y como medio en sí mismo? Y es esta una pregunta que implica la búsqueda de una actitud estética sobre la cual se funda la cultura misma.

Para responder a esta pregunta y a los cuestionamientos que de ella se derivan es necesario de un modo general:
  1. Conocer cómo el avance tecno-científico, en su irrupción en el campo artístico, ha propiciado la preminencia de la cultura como espectáculo; igualmente conocer cómo la irrupción del arte en los campos de la técnica y la ciencia ha propiciado, si lo ha hecho, la espectacularidad del conocimiento y la información, no siempre con los mejores efectos esperados.
  2. Explicar el cómo y por qué de la dislocación de la obra artística vista como un medio comunicativo, recurrido por unos cuantos, y/o como un producto mercantil que al ser reproducido se vuelve patrimonio al alcance de la humanidad; un patrimonio utilizable y susceptible de desperdicio al margen o a despecho de los derechos autorales.
  3. Proponer las bases para futuros estudios al respecto de las posibilidades y características de una comunicación estética y de una estética comunicativa que ayuden a la emisión de juicios críticos acerca de la situación actual y el devenir del arte en medio de los medios y como medio en sí mismo.
Alrededor de estos objetivos y de manera específica se hace imprescindible:
  1. Comprender la cultura como el medio de comunicación del hombre por antonomasia aún más que por excelencia.
  2. Definir el arte en cuanto medio y forma de comunicación luego de entenderlo como un aspecto elemental de la cultura.
  3. Definir la relación media-arte.
  4. Definir la actitud estética sobre la que se funda la cultura.
  5. Determinar los elementos que pueden hacer de un proceso comunicativo, uno estético; y de una estética, una forma de comunicación.
  6. Estructurar un modelo que explique la comunicación estética y su complementario que describa la estética comunicativa.
  7. Determinar el grado de libertad a que están expuestos el artista y el espectador como copartícipes prosumidores de una comunicación estética tanto como de una estética comunicativa.
  8. Analizar los antecedentes histórico-culturales para describir las modificaciones sufridas por las variables en torno a la producción artística y predecir las posibles transformaciones esenciales aún más que sustanciales futuras al respecto.

Sobre la metodología y las expectativas de alcance

Para poder abordar los variados temas propuestos por los objetivos anteriores, hace treinta y dos años recurrí al método del materialismo dialéctico, mismo que sostengo y por lo que el lector deberá tener cuidado de no confundirse con las constantes contradicciones surgidas del contrapunto entre proposiciones téticas y antitéticas, pues la finalidad del método es, precisamente, establecer las relaciones, coincidencias y negaciones de posturas diversas del pensamiento, con la finalidad de llegar a una síntesis quizá insuficiente, pero síntesis al fin. Por ello, cada tesis con sus correspondientes y sendas antítesis y síntesis, así como a las conclusiones parciales que de su contraste y análisis derivan, se señalan claramente a fin de no provocar confusión.

El presente trabajo entonces ha quedado compuesto en dos partes originalmente: la primera de ellas consiste de nueve capítulos en los cuales se busca la posible existencia de una actitud estética, entendiendo de manera a priori que ella es la culminación a la vez del basamento de la mundanidad del hombre. Esto implica comprender la cultura como “lo inclusive” y por lo mismo como el medio de comunicación del hombre por antonomasia.

Luego de tal análisis se hace imprescindible entender el arte como un aspecto de la cultura, a fin de determinar el tema de la Estética en tanto disciplina y sus vínculos con el esquema de un sistema social en donde el sentido que guardan la expresión y la información parece extraviado entre la producción y difusión masivas de cosas e ideas cuyos valores radican en el efecto opinativo que provocan en la gente.

Esta primera parte comienza pues analizando en profundidad una serie de paradojas de la cultura proporcionadas por el antropólogo Melville J. Herskovits. Estas son:
  1. La cultura es universal en la experiencia del hombre; sin embargo, cada manifestación local o regional de aquella es única.
  2. La cultura es estable y, no obstante, la cultura es dinámica también y manifiesta continuo y constante cambio.
  3. La cultura llena y determina ampliamente el curso de la vida del hombre y, sin embargo, rara vez se entremete en el pensamiento consciente.
  4. La cultura existe en y por sí, pero no sería de este modo si el hombre no fuese su creador.
  5. El hombre es la cultura y la cultura es el hombre.
  6. El hombre es quien hace a cultura; pero, a su vez, como progreso y desarrollo, la cultura hace al hombre.
La segunda parte consta de seis capítulos en los cuales se analiza someramente el arte en medio de los medios y como medio en sí mismo desde la perspectiva de que la imaginación precipita la creación. Ahora bien, la imaginación es propia del individuo humano (hasta donde se sabe y sin considerarla una facultad exclusivamente humana) y este no es inefable.

El arte se da, existe y subsiste porque satisface una necesidad intrínseca al ser humano como lo es la de comunicación. De aquí que sea obligado naturalmente a construir sus dos elementos constitutivos básicos, la expresión y la información. Entonces, establecidos los principios sobre los cuales pueda construirse una Teoría Especial de la Comunicación Estética Relativa, la observación de los procesos implicados en la relación de dos fenómenos, el estético y el comunicativo, lleva por consecuencia al trazo de una primera oportunidad hacia la unificación de las materias y disciplinas que los estudian, haciéndoles adquirir otro matiz a la Estética y a las llamadas ciencias y técnicas de la comunicación.

La puesta al día

Para efectos de la actualización de lo escrito hace treinta y dos años he agregado una tercera parte por medio de la cual reviso sucintamente algunas nuevas ideas que han dado pie a otros trabajos sueltos de mi autoría relacionados siempre, ya sea abierta o veladamente con el trasfondo tratado en esta obra.

Los temas y conceptos que, no faltos de importancia, he considerado complementarios forman parte de los apéndices que cierran esta monografía.

En cuanto a la metodología he procurado mantener en lo posible la original, si bien las normas actuales e internacionales orillan a tomar decisiones a veces drásticas y contrarias a lo deseable por no decir además confusas, más en tratándose de referencias tomadas de la Internet o documentos digitales inexistentes para la primera edición. Por lo mismo no será de extrañar que recurra por momentos a una mescolanza de estilos metodológicos. Opté por esta aparente falta de rigor metodológico para abreviar en la práctica la labor de corrección de estilo y por considerar que, a despecho de la uniformidad estilística metodológica, lo que cuenta es que los fundamentos y la referencialidad sean comprensibles y no resulten un estorbo. Si no lo hiciera así, quizá este volumen no vería la luz sino todavía más tarde. No obstante, y con la ventaja que ofrecen ahora los modernos procesadores de palabras, el estilo preferente para citas bibliográficas y referencias es el Harvard-Anglia (2008).

Al respecto de lo anterior, además, he optado como en la primera edición, por dejar las notas para el final de cada capítulo con la finalidad de hacer más ágil la lectura, en especial de aquellos que de por sí ya contienen una marcada dificultad metodológica en el planteamiento y desarrollo de las ideas.

Pensando en estilística no solo metodológica, para esta segunda edición he optado también por limar asperezas con el propio ego y pasar factura de auto reconocimiento, a riesgo de parecer petulante al momento de ceder a la descripción o explicación en primera persona y preferirla sobre la cortés fórmula añeja de escribir en la segunda persona del plural, pues al fin nosotros (yo y mi conciencia) somos uno: este que ahora pasa sus dedos por el teclado y acomoda sus pensamientos y su sentir, con la mayor objetividad posible, alrededor de temas, por lo menos para mí, de los más apasionantes. Las veces cuando recurro al nosotros lo hago más bien pensando en ti, amigo lector, como parte del mismo proceso de comprensión de lo que se vaya exponiendo, sin que esto signifique por fuerza un error de concordancia gramatical. ¿Nos queda claro?

En lo tocante a la bibliografía, esta la he dejado tal cual como en la primera edición con la salvedad de haber añadido las obras leídas o consultadas posteriormente a aquella y que sustentan las modificaciones y actualizaciones de la presente edición, lo que por otro lado será obvio al evidenciarse la fecha de edición y/o consulta de las mismas.

Finalmente, a lo largo de este trabajo y con el paso de los años hago énfasis en la proposición de una actitud estética ―y aún más que en la primera edición, voy también tras el planteamiento del descubrimiento y desarrollo de una actitud poética― cuyas principales características trascienden la contemplación de una obra, artística o no, y sin menoscabo de su valor en tanto producto cultural. La actitud estética ha de verse como una opción de conducta existencial que, mediante su ejercicio, es capaz de dar mayor sentido a la actitud poética (cognitiva y constructiva) subyacente en todo ser humano y de las que, ya lo adelanto, se derivan o habrían de hacerlo otros niveles actitudinales que ya iré pergeñando también en las publicaciones alternativas, complementarias aunque marginales dentro de esta misma obra expuesta ahora en calidad de libro-blog, si cabe el concepto.