(Con la siguiente entrada inauguro en este blog una sección: "Derivaciones", la cual de la mano de las "Apostillas" pretende servir de prolongación crítica de lo propuesto y expuesto en mi tesis original, colocando mediante ensayos variopintos ad hoc en un contexto de actualidad las ideas e inquietudes primigenias.)
LAS TRANSFORMACIONES en las maneras de comunicación a que hemos estado sujetos desde finales del siglo XX pueden parecernos vertiginosas, abrumadoras, y lo son en muchos sentidos.
Individuos y grupos en ocasiones tardamos más en entender lo que sigue aún más que lo sucedido al momento. La información circulante, entendida no solo como datos, noticias, sino mejor aún como medida matemática del grado de entropía comunicativa para recordar a los clásicos como Laswell, Lazarsfeld, Moles, Winner, Schramm, parecería tenernos hoy imbuídos en una retorta donde la presión expresiva interna amenaza constantemente con resquebrajar los límites de la cordura. Los medios pues, en ese contexto, ejercen la función de pivotes, de válvulas reguladoras. Y aunque todos funcionan como deberían conforme a sus respectivas atribuciones, canonjías y finalidades, en la realidad los actores que emiten, transmiten, reciben o perciben los datos y los relatos (valga la cacofonía) no siempre acuden para su desfogue más que a los medios más comunes, los tradicionales o los más convenientes o recomendados (aun siendo los menos recomendables), lo que redunda en su saturación y eventual atrofia, mientras los menos socorridos, constreñidos por el desuso, segregados acaban siendo factores de riesgo contracultural por donde la desesperación y el hartazgo del sistema o alguno de los subsistemas que lo componen terminan estallando y haciendo complejos el entendimiento y la concordancia de las partes. En otras palabras, aquello de que los marginados hacen arder Roma sigue sirviendo a los modernos Nerones para acomodarse orondos en el balcón a tocar la lira y presumir los incendios ajenos como efecto de la propia e iluminada autoría.
La posibilidad que han abierto las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) a los individuos y grupos para convertirse en productores de contenidos, de productos culturales, además de ser espectadores de los generados por las grandes organizaciones e instituciones sociales determinantes de los modos de ser, apreciar, creer, hacer, tal posibilidad introdujo un nuevo concepto para referirnos a los ciudadanos que juegan el doble papel de producir y consumir: prosumidores. Alvin Toffler ya hablaba con este terminajo en su libro La Tercera Ola cuando apenas se vislumbraba lo que vendría y hoy ya está aquí.
Teóricamente se antoja un avance virtuoso. Tener la posibilidad de generar los propios contenidos, compartirlos con el mundo independientemente de su calidad, introduce no solo los saberes y pareceres, chuecos o derechos de los individuos en el flujo de la carretera informativa, sino zambulle a los mismos en un océano profundo donde lo que no flota por su ligereza, termina anclado en el fango de la negación y el olvido, a menos que alguno que otro buzo como quien suscribe estas líneas se sumerja a hacer arqueología submarina para extraer los tesoros de la inteligencia.
Así, es notable que el mercado de la información y de la expresión y de los productos que contienen ambos elementos constitutivos de la comunicación (según he expuesto en esta mi personal aportación teórica que conforma al blog en que te encuentras ahora, amigo lector) tengan hoy más el carácter de los atractivos brillos rielando en las crestas ondeantes de ese mar, en vez del más nutritivo hallable en las capas inferiores.
Si por una parte las redes sociales han aportado un grandioso instrumento individual para hacer visible, así sea de manera efímera, la presencia de personas morales y físicas, por otro lado se han convertido a querer o no en los espejitos y espejismos con los cuales los sentidos y la razón se ven constantemente atraídos, persuadidos, y muchas veces engañados. Es más fácil dar gato por liebre en esos ámbitos, porque de común el público, el espectador, tiende a la pereza verificadora de lo que atiende y comparte. De ahí que la norma difusora de las noticias falsas sea la ignorancia mucho más que la perversión maléfica.
En este contexto, los gobiernos no están exentos de caer y dejarse llevar por la corriente; así los locales como los federales. De ahí que colegas como Rocío Dinora Márquez Romero afirmen entre otras cosas que [corrección de estilo mía]:
[…] desde la orientación neo pública de la teoría organizativa, la comunicación entre los gobiernos y los ciudadanos “ya no se asume exclusivamente como una comunicación sobre servicios públicos, sino desde una perspectiva global de comunicación organizacional a través de la cual se implementa en el colectivo imaginario una marca de ciudad con valores propios”(Campillo, 2010, p. 50). En consecuencia, el proceso de comunicación gobierno local-ciudadanos debe ser planificado por las estructuras administrativas pertinentes, y “debería ser una prioridad en el contexto de las organizaciones municipales”.
Cierto, debería serlo, pero no puede serlo fundamentalmente por razones de lógica presupuestaria. A lo más a lo que han podido avanzar los gobiernos locales o federales es a, como cualquier ciudadano u organización, abrir cuentas a diestra y siniestra, en tal o cual plataforma mediática, crear aplicaciones informativas y de contacto para, de forma supuesta, facilitar el contacto con la ciudadanía la que, si por su lado hace contenidos públicos, estos, en el contacto con la contraparte gubernamental, difícilmente alcanzan los valores de denuncia eventual, aviso, reclamo, amenaza, decepción. Es decir, los gobiernos y las empresas han trasladado a la tecnología basada en internet el viejo y desusado buzón de quejas. Y los ciudadanos, igual que aquel añejo método administrado por las oficinas de recursos humanos y de relaciones públicas, saturado de quejas y sugerencias, sin un equipo especializado en validar la información y las expresiones depositadas, queda en un adorno institucional más llevado de la moda que por obedecer a una necesidad real. Bien observa Felipe Reyes Barragán:
En general, son usadas como instrumentos propagandísticos, donde la foto impresionante, es acompañada de un largo copy que más que conectar, aleja a los cibernautas.
No hay historias, no hay conexión, no hay dialogo, hay sí, muchas respuestas viscerales, de odio, de reclamación, y en este punto diría que son resultado, en muchos de los casos, de las interacciones que hacen los usuarios, que muchas veces más que dialogar solo atacan y destruyen cualquier intento de conversación y diálogo.
No podemos olvidar que al igual que la comunicación social, la comunicación en redes sociales debe generar confianza, empatía y sobre todo, debe legitimar el trabajo de las instituciones, funcionarios y gobiernos más allá de una simple oración en un tweet, debe haber pues, una estrategia que difunda, sí, pero que conecte, hay que humanizar más la comunicación digital en redes sociales.
Los gabinetes de comunicación gubernamentales o los servicios de resumen y acopio de información externos que pueden contratar gobiernos y organizaciones empresariales se limitan, todavía y por motivos presupuestales, logísticos y de limitaciones técnicas y humanas, a elaborar sus carpetas informativas concentrándose en incluir extractos de las revistas, diarios, noticiarios y programas de radio y televisión más usuales del sistema abierto de comunicación, nacionales, locales o extranjeros; ocasionalmente algún medio del sistema cerrado de paga puede atraer su atención, pero es raro. Jamás he visto que se incluyan aportaciones de articulistas blogueros o productores de contenidos como podcasts o influencers. Los que llegan a mencionarse como blogueros en esas carpetas, lo son sólo porque el medio clásico para el cual laboran ha incluido una sección web donde las plumas contratadas hallan una doble exposición mediática, impresa y electrónica.
En México, ni siquiera la sección "Quién es quién en las mentiras" de las "Mañaneras" de los miércoles con que pretende informar y ejercer la libre expresión la Presidencia de la República se salva de esta tentación de aprovechar el escenario como una suerte de extensión de Twitter o Facebook, y dando pie, con el pretexto de hacer aclaraciones, a la distorsión de la opinión pública bajo un interés eminentemente propagandístico y oficialista por sobre el interés público. Torcer las tendencias temáticas para imponer el tópico y la visión propias del poder gobernante en turno.
Si contemplamos el enjambre incalculable de ideas u opiniones que en nuestro derredor salen incesantemente revolando del decir de la gente, notaremos que se pueden diferenciar en dos grandes clases. Unas son dichas como cosa que va de suyo y en que, al decirlas, se cuenta desde luego con que lo que se llama «todo el mundo» las admite. Otras, en cambio, son anunciadas con el matiz, más o menos acusado, de que no son opiniones admitidas; a veces con pleno carácter de ser opuestas a las comúnmente admitidas.
[…] La sociedad, la colectividad no contiene ideas propiamente tales, es decir clara y fundadamente pensadas. Sólo contiene tópicos y existe a base de estos tópicos [ORTEGA Y GASSET, 1983:216-217]
Se siguen entonces dirimiendo las decisiones de gobierno pulsando la opinión pública de las plumas reconocidas, de las caras famosas, de los que hacen más ruido, cuando no de las cifras estadísticas que retratan un instante del parecer dizque público, mientras que todos los demás contenidos tienen tratamiento de entradas que abultan esos modernos buzones de quejas y sugerencias —algunas muy violentas— que son las redes sociales, sin oportunidad de examen sesudo por parte de los tomadores de decisiones y sus colaboradores. Cuando mucho y si bien les va pueden quedar incluidos esos contenidos como datos fríos y manipulables acerca de las tendencias y las relaciones de influencia incidental, tópica y por lo mismo superficial en favor o en contra de tal o cual asunto. En ese maremagnum, raros, muy raros son los casos entre los que podría mencionar mis Indicios Metropolitanos, si y solo si he de hacer caso a los rumores de los miembros de determinados círculos cercanos al poder. Y esto aplica a chicos como a grandes, a medios oficialistas y asimilados, como a los que se fundan en posturas disruptivas.
En la medida que la actitud estética, es decir la sensibilidad de gobiernos y ciudadanos vaya más allá de lo superficial en materia de redes sociales, el papel de unos y otros como prosumidores podrá de veras favorecer una relación dialógica. Hoy, eso no está sucediendo aunque en apariencia tengamos una impresión diferente. Donde se nota más claro es en el uso y abuso mercadológico de las personalidades contenidas de la mano de la vacuidad se las plataformas mediáticas continentales. O, puesto de otra manera y rememorando el slogan del antiguo diario El Heraldo: la verdad puede ser vista como un vaso medio vacío o un vaso medio lleno. Y no quiero pecar de pesimista, pero dudo que alguna vez ocurra. Para ello habría que borrar de tajo una estructura social y psicológica basada en categorías de clase.
Aquí quiero mirar con ojos críticos una de las conclusiones a las que llegan investigadores como [MÁRQUEZ, 2018]:
La interacción es la norma. El ciudadano no solo quiere interactuar con los representantes de los gobiernos, sino que además se somete a una constante interacción con los contenidos al actuar [y opinar, apunte mío] sobre ellos; y también los utiliza para intervenir en su grupo social. Quizá los cambios que se suceden debido a las herramientas que proporcionan las nuevas tecnologías, dejen también atrás el término prosumidor, entendido solo como productor-consumidor, pues el nuevo ciudadano tiende a ser más complejo en el ámbito comunicativo. Sin embargo, diversos estudios han otorgado al término caracterizaciones suficientes para nombrar con dicho término al “nuevo” ciudadano.
Ese "nuevo ciudadano", sin embargo, en la relación con sus gobiernos, vecinos y congéneres, y a pesar de las tendencias, sigue siendo, por su sola masividad —siguiendo la idea de Ortega y Gasset—, un vago referente donde la opinioncracia se campea para permitir el acomodo de solo aquellas informaciones y expresiones con capacidad de propiciar la armonía y el equilibrio entrópico del sistema social comunicativo. Aquí el problema no es "que el vulgar crea que es sobresaliente y no vulgar; sino que el vulgar proclame e imponga el derecho de la vulgaridad o la vulgaridad como derecho" [ORTEGA Y GASSET, 1987: 77]. Es, estamos ante, recordando y parafraseando a Octavio Paz, una nueva forma de simulación ninguneadora pues al final, el ciudadano común, prosumidor o no, no deja de ser a ojos de los gobernantes, de quienes detentan alguna forma de poder político, social o económico, simples Don Nadie que no ven más allá de su nariz y siempre reclaman que se haga justicia pero en los bueyes de su compadre. El silencio ya es ruido y en el ruido la voz de cada cual es apenas la opaca nota del silencio copulando con el olvido.
[…] Si el gesticulador acude al disfraz, los demás queremos pasar desapercibidos. En ambos casos ocultamos nuestro ser. Y a veces lo negamos. Recuerdo que una tarde, como oyera un leve ruido en el cuarto vecino al mío, pregunté en voz alta: «¿Quién anda por ahí?». Y la voz de una criada recién llegada de su pueblo contestó: «No es nadie señor, soy yo».
No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes. No quiero decir que los ignoremos o los hagamos menos, actos deliberados y soberbios. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno. Don Nadie, padre español de Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla con voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador, hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran en Jamaica, en Estocolmo y en Londres. Don Nadie es funcionario o influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no ser. Ninguno es silencioso y tímido, resignado.
Es sensible e inteligente. Sonríe siempre. Espera siempre. Y cada vez que quiere hablar, tropieza con un muro de silencio; si saluda encuentra una espalda glacial; si suplica, llora o grita, sus gestos y gritos se pierden en el vacío que don Nadie crea con su vozarrón. Ninguno no se atreve a no ser: oscila, intenta una vez y otra vez ser Alguien. Al fin, entre vanos gestos, se pierde en el limbo de donde surgió.
Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros, pinte cuadros, se ponga de cabeza. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad. El eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento. Por eso el Ninguneador también se ningunea; él es la omisión de Alguien. Y si todos somos Ninguno, no existe ninguno de nosotros. El círculo se cierra y la sombra de Ninguno se extiende sobre México, asfixia al Gesticulador y lo cubre todo.
En nuestro territorio, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los campos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la historia [PAZ, 1959: 39-40].
Referencias
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- MÁRQUEZ Romero, R. D. (2018). El rol del ciudadano prosumidor en la comunicación de gobierno local según la percepción de representantes comunitarios. Revista Latina de Sociología, 8(1), 65–81. https://doi.org/10.17979/relaso.2018.8.1.3215
- REYES Barragan, Felipe. (2018, September 7). "La comunicación de gobierno en redes sociales" | Alcaldes de México. Retrieved March 9, 2023, from Alcaldes de México website: https://www.alcaldesdemexico.com/de-puno-y-letra/la-comunicacion-de-gobierno-en-redes-sociales/
- PAZ, Octavio. (1959) El laberinto de la soledad. Fondo de Cultura Económica. México.
- ORTEGA Y GASSET, José. (1987). La rebelión de las masas. Espasa-Calpe, colección Austral No.1, México.
- ORTEGA Y GASSET, José. (1983). El Hombre y la Gente. Espasa-Calpe, colección Austral No.1501, México.
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