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sábado, noviembre 13, 2021

Capítulo 1-1

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La Cultura se constituye a partir de una Actitud Estética

Introducción

Es verdad que el artista como “tipo especial” de hombre nace acaso con unas cualidades sensibles excepcionales; pero, ello no quiere decir que el resto de los hombres carezca necesariamente de ellas.

El artista, como “tipo especial” de creador, desarrolla unas capacidades que le son intrínsecas; pero, ello no quiere decir que el hombre común no pueda hacerlo en un afán por igualarse.

Sin embargo, la diferencia principal entre estos dos tipos de ser humano, si es que la hay, radica en el grado de actitud estética hacia la naturaleza y la humanidad misma; en la intención puesta en el proceso creativo que significa la construcción de un mundo.

Para definir una “actitud estética”

La búsqueda de una definición más universal de dicha actitud estética es lo que motiva el presente trabajo, pues quiere verse en ella el catalizador que revierta los efectos de la angustia cotidiana que vive el hombre obligado casi sin propósito a consumir información, ideas y cosas convertidas en necesarias para la subsistencia, y que lo asedian bajo la máscara de una estética y un proceso lógico de comunicación masiva, llevándolo al desgaste de su expresión individual, hundiéndolo en el silencio, la agresividad, la indiferencia y la intolerancia devastadora de todo diálogo.

La actitud estética, tanto en lo individual como en lo colectivo, es —podemos afirmar a priori— la culminación a la vez que el basamento del mundo humano o, si se prefiere, de la mundanidad del hombre. Porque el hombre hace el mundo en el que se hace; o, para decirlo con palabras de Eduardo Nicol: “el hombre crea el mundo en el que está”[1].

En efecto, el hombre se hace en un mundo el cual recorre en automóvil y avizora en sus más mínimos detalles, aun a distancia, mediante una red compleja de canales y sistemas de comunicación que lo vuelven a sus ojos más real y creíble.

Pero, ese mundo ha sido construido por ese mismo hombre desde sus cimientos. Y con esto se quiere decir que lo crea y recrea constantemente desde su concepto. Cada insistencia en la transformación de ese mundo nunca acabado se aloja en una economía y una ecología —etimológicamente hablando— que, no obstante el progreso humano, parecen perder coherencia respecto a ese acto poético derivado de la actitud estética que es la creación del mundo. Acto, éste, tal que cuando es realizado por los artistas parece cobrar un sentido específico, siendo que es apenas un ejemplo de lo hecho a diario por todos los hombres.

Negar que el hombre se vincula con el mundo siguiendo una conducta fundamentalmente estética es quizá una de las principales causas porque cualquier cultura comienza a decaer. El primer síntoma de decadencia brota cuando la poética, la imaginación creadora, se atrofia o extingue. ¿Por qué? Porque esa cultura se torna entonces incapaz de generar nuevas imágenes e interpretaciones de sí misma. ¿Por qué? ¿Qué es, entonces, una actitud estética?

Definiendo Actitud Estética

Si nos apegamos a una definición de diccionario, actitud es una postura física, psicológica (disposición de ánimo), personal (ontológica), social (partido, no precisamente político) e incluso cultural (antropológica) que se adquiere con influjo del acto, es decir con tendencia a la acción [ALONSO, 1988, p. 96].

Una actitud artística, entonces, ha de entenderse como la postura adoptada por un individuo o una sociedad con la finalidad de “crear” objetos, ideas, etc. Y, según esto, propiamente, una actitud estética halla su fundamento en el hecho de que, para sentirse a gusto en el mundo, el hombre debe permitirse percibirlo no sólo con los sentidos básicos, sino con la cabeza y, por ende, incluyendo el sentido de la intuición. Vaya, debe permitirse percibirlo con todo su ser[2].

Ahora bien, la sensibilidad impuesta en dicha actitud requiere la afirmación del ser humano frente a la necesidad física inmediata o frente al estrecho utilitarismo, pues sólo así puede tener sentido para el hombre el objeto estético, la obra, la cual, si se la separa de sus formas concreto-sensibles y de su contenido humano, no existe.

Dice Hans Robert Jauss:

De la misma manera que la postura estética puede definirse como una compleja exactitud de la percepción, así también cualquier desarrollo hacia la personalidad formada equivale al desarrollo de una estructura de motivación precisa y, a la vez, compleja [JAUSS, 1986, p. 160].

Y es que el hombre no se presenta en estado natural. Las conductas humanas están constituidas por el conjunto de relaciones de influencia de una sociedad y condicionadas por ellas. La interacción social determina que suframos la acción directa de este proceso, aunque el contenido específico de dicha experiencia puede variar. Por ello, hablar de una actitud estética significa hacer referencia a un modo específico de adaptación a un mundo y la adopción, por lo mismo, de un modo de ser.

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[1] Eduardo Nicol nos explica el concepto de mundo como el “ámbito que es un orden formado, no dado como el Ser cósmico”. Se entiende que el Ser no ocupa un ámbito, sino que se confunde con él. “En cambio el hombre, por su forma especial de ser, pertenece al universo y además lo ocupa. La fracción ocupada es su ámbito mundano [...] El hombre no existe ni puede existir sin un  puesto mundano”; o sea, tiene necesidad de pertenecer y de ocupar, a la vez, un sitio espacial, un momento temporal. Pero, dicho sitio y semejante momento se caracterizan por ser, también, a la vez individuales y sociales. Tal necesidad es lo que define la historia de un hombre o de una sociedad, igualmente constituye la base sobre la cual ha de construirse el marco referencial que llamamos mundo. Un mundo radicado en la tierra. Un mundo en el que el hombre existe “en-terrado” (NICOL, Eduardo, 1980, pp. 114-158).

[2] La redacción de este como de otros párrafos a lo largo de la obra los he modificado sustancialmente por lo que toca al acomodo de las ideas o las palabras, la coherencia y la concordancia al momento de recapturar el texto.